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Edad contemporánea

Mal entró en Úbeda el siglo XIX y, con él, la contemporaneidad. Las sequías de 1802 a 1808 provocaron alzas en el precio del trigo que determinaron "que la gente hambrienta devorara hasta las cosas más inmundas, muriendo muchos en medio de la más tremenda desesperación". A esta situación se le sumó, desde el propio año de 1808, los negativos efectos que provocaron la ocupación y guerra contra las tropas napoleónicas. En mayo de 1808, conocida ya la abdicación de Carlos IV, se constituía en Úbeda una Junta de Defensa llamada de "Seguridad y Quietud Pública, bajo la presidencia del Corregidor don José Fernández Quevedo", que fue la encargada, en estos inicios de la guerra de la independencia, de reclutar y organizar los efectivos que aportaba la ciudad a la defensa de los derechos de la monarquía hispana, así como también lo fue en la recaudación de fondos y provisiones que Úbeda envió a las tropas del general Reding en la batalla de Bailén.

El 22 de enero de 1810 las tropas francesas entraban en Úbeda, donde permanecieron hasta el 18 de septiembre de 1812. La entrada de las tropas invasoras al mando del general Horacio Sebastián supuso, de inmediato, la disolución de la Junta local de Defensa y, con ella, la detención de su presidente. Esta primera medida se acompaño tanto de la imposición de cargas y tributos - estimadas en este caso para la ciudad en 300.000 reales - cuanto del nombramiento de un nuevo corregidor en la figura de don Manuel de la Paz López-Bago, y de la presidencia de una guarnición de tropas francesas en la ciudad.

La invasión de las tropas francesas coincidió en Úbeda con una coyuntura general de adversas condiciones socioeconómicas. Los efectos de la guerra y, sobre todo, las cargas que imponían las fuerzas de ocupación en poco contribuyeron a paliar la situación general de malestar social. Es más, la propia dinámica de la guerra propició, al calor de las represalias del ejército francés, el afloramiento de partidas guerrilleras, que si bien cosecharon pocos éxitos militares sí que contribuyeron a un hostigamiento ante el que los franceses respondían con castigos manifiestos

La situación llevo a Úbeda a un estado de "Ruina económica, que la había conducido a extremos tales como la absoluta carencia de ganados para laborear el campo, de semillas para efectuar la siembra y aún de los medios más precisos para la subsistencia del noble, sufrido y honrado vecindario". Ruina material que no ocultaba la consecución en Úbeda de ciertos logros en el marco de la política afrancesada que impuso el ejército de ocupación: "reorganización de la hacienda municipal, fomento de la agricultura y de la industria como premio a los mejores labradores, rebajas en los arrendamientos de los cortijos o facilidad de adquisición de granos para la siembra".

El 21 de septiembre de 1812 las tropas españolas entraban en la ciudad. La guerra no había concluido todavía en la península aún cuando la ocupación francesa sí había terminado en Úbeda. El 24 de octubre de 1813 se colocaba una lápida conmemorativa de la Constitución gaditana de 1812. Finalmente, en marzo de 1814, Fernando VII, el "Rey Deseado", recuperaba el trono. La guerra había terminado. Sin embargo, no así los enfrentamientos. Ahora, aquella lápida levantada en reconocimiento del liberalismo doceañista era objeto de burlas, siendo "arrojada al pilar de fuente de la Plaza de Toledo para que se ahogara su memoria". Como era de esperar, los enfrentamientos entre liberales y absolutistas comenzarían ahora en Úbeda, prolongándose los mismos a lo largo de todo el reinado de Fernando VII. Entre los defensores de la vuelta al absolutismo , a la alianza entre el Trono y el Altar, bien cabría destacar las figuras políticas de don Francisco de Paula Aguilar y don Santiago Manrique; entre los postuladores del liberalismo sobresalen las de don Ángel Fernández de Liencres, don Juan Pablo Pasquau de Esponera y la de don Fernando Messía. Estos enfrentamientos tuvieron como consecuencia en la ciudad todo un corolario de acusaciones y actos de depuración, fundamentalmente llevada a cabo por los realistas contra los liberales más significados de la ciudad, que volvió a sumir a Úbeda en un espectro de luchas intestinas y enfrentamiento fraticida que en poco contribuía al alumbramiento normal del régimen liberal.

Fueron la muerte del rey - Fernando VII -, el problema sucesorio al trono y la cuestión carlista los que finalmente decantaron la balanza del lado liberal. En esto Úbeda en poco se diferenció de lo acontecido en el resto del reino: la apuesta por los derechos al trono de Isabel - Isabel II - coincidió, en agosto de 1836, con el triunfo en la localidad de las posiciones liberales que reclamaban el restablecimiento de la Constitución gaditana de 1812. Un buen ejemplo de las tesis liberales en la localidad lo representa el presbítero don Luis de la Mota Hidalgo, a la sazón representante del distrito de Úbeda en las Cortes españolas en 1837. O la figura de don Francisco de Paula Torrente, abanderado del progresismo esparterista en Úbeda. Este liberalismo progresista durante los años de regencia se acompañó, fundamentalmente durante el largo periodo de domino de Narváez, del desarrollo de posturas liberales de claro signo moderado, representadas en la ciudad básicamente en la figura política del Marqués del Donadío así como en la del ya citado Juan Pablo Pasquau.

La adhesión de la política ubetense a las distintas familias del liberalismo isabelino discurrió no sin problemas. En efecto, en los años 1835 y 1838 la ciudad sufrió los efectos de la primera guerra Carlista. En 1835, primero, era el comandante general carlista don Miguel Gómez quien entablaba en la ciudad; después lo hizo el general Cabrera; en 1838 lo hizo el general carlista don Basilio Antonio García. En ambos casos los mandos carlistas impusieron requisas, manifestando su oposición, e incluso su enfrentamiento, la ciudad. En este sentido, baste mencionar tan sólo la derrota que sufrió la partida carlista en 1838 en el sitio denominado "El Encinarejo", "con más de cien muertos y doscientos prisioneros", y por el que la reina madre - y gobernadora - concedió la condecoración de la "Cruz de Baeza, Úbeda y Castril".

El acuerdo de Vergara ponía fin a la guerra Carlista, quedando ratificada la causa del liberalismo isabelino. En Úbeda se posesionaba la alcaldía el moderado don Manuel de Miera en 1840. Sin embargo, en septiembre de ese mismo año, estallaba un movimiento popular de signo progresista que adhería Úbeda al pronunciamiento de Jaén contra la regencia de doña María Cristina, secundando con ello la actuación política del ya citado don Luis de la Mota Hidalgo. El protagonismo del presbítero progresista nuevamente se vuelve a hacer notar en la Revolución de de 1854 - la Vicalvarada -, poniendo de manifiesto con ello la fuerte ligazón de esta figura, y con ella la del progresismo ubetense del momento, con las tesis municipalistas del general Espartero.

Ahora bien, siendo todo esto cierto, no lo es menos que las décadas de los años 40 y 50 son décadas que en Úbeda se definen, políticamente hablando, por el predominio del moderantismo, representado a partir de 1844 en la clara hegemonía que representa la facción moderada del marqués del Donadío. Moderantismo que será precisamente el que defina y siente de forma definitiva las bases de actuación política del liberalismo en la Úbeda del siglo XIX: el predominio en la política de los propietarios agrarios, una concepción elitista y oligárquica del ejercicio de aquélla, la restricción de los derechos políticos a través de un sufragio de carácter censitario, el hurto de la participación política real mediante la generalización del caciquismo político y la corrupción y el amaño electoral,...

En esta situación, y tras el desgaste que sufrió la propia institución monárquica, en absoluto debería extrañar que la Revolución de 1868 - La Gloriosa - se recibiera en Úbeda al grito de "Viva la libertad y abajo lo existente". En efecto, las adversas condiciones materiales de 1867 propiciarion un escenario de crisis manifiesto en Úbeda en la constitución de una Junta Revolucionaria, presidida por don Lorenzo Rubio Caparrós, cuyo objetivo, por contradictorio que pueda parecer, no fue otro que el mantenimiento del orden dentro del marco general de crisis dinástica y de transición y normalización institucional en la figura de Amadeo de Saboya y en el texto constitucional de 1869. Dicha normalización se materializó, igualmente, con la destitución de las viejas autoridades municipales del periodo final isabelino, sustituidas ahora por figuras como las de don Ignacio García o la de don Francisco de Paula Torrente. De igual modo y durante el breve periodo de Amadeo de Saboya, la vieja hegemonía moderada del marqués del Donadío quedaba sustituida en el distrito de Úbeda, especialmente, por la del ahora "adicto" don José Gallego Díaz.

Sin embargo, este cambio de personalidades en la política local y en la dirección de la representación del distrito no constituye en sí mismo el hecho más relevante que acontece en Úbeda en el periodo del Sexenio Democrático (1868-1874). Él mismo lo constituye, especialmente a partir de 1872, la fuerte presencia política del republicanismo federal en la ciudad. La federación de Úbeda, a fines de 1872, "era ya la mejor organizada, la que contaba con mayor número de militantes y la que más cotizaba". Con estos antecedentes, en modo alguno debe extrañar que Úbeda sea una de las primeras ciudades de la provincia de Jaén en felicitar el advenimiento de la Primera República Española. Tampoco lo debe hacer el hecho de los enfrentamientos acaecidos en la ciudad a lo largo de 1873, protagonizados en muy buena medida por el alcalde don Lorenzo Casado, y que ponen de manifiesto el grado de radicalidad que había alcanzado el discurso político republicano.

Esta radicalidad y los enfrentamientos políticos contribuyeron, junto al fenómeno de cantonalismo, a extremar posturas y, con ello, a desestabilizar institucionalmente el propio régimen republicano. En 1874, y tras el levantamiento militar de Martínez Campos, esta primera experiencia republicana quedaba definitivamente aparcada siendo sustituida por una nueva restauración monárquica. En Úbeda el largo periodo de la Restauración (1875-1931) se caracterizó en términos generales, desde el punto de vista político, por la vuelta a las viejas prácticas oligárquicas y caciquiles del periodo isabelino. En efecto, ahora, y en el marco político ideado por Antonio Cánovas del Castillo, la reproducción del falseamiento electoral va a propiciar el liderazgo liberal, ininterrumpido en la década de 1880, y representado en las figuras, primero, del marqués de Ahumada - don Francisco Javier Girón y Aragón", y, después, en la del ya conocido don José Santiago Gallego Díaz. Al predominio liberal en la década de 1880 le sucedió, en la de los 90, el cumplimiento de la más estricta alternancia del turnismo canovista entre liberales y conservadores: al ya citado don José Santiago Gallego Díaz, en la representación del distrito en Cortes, bien el marqués del Donadío o el marqués de la Rambla. A estas personalidades, y ya en la primera década del siglo XX, se le sumarán también las de don José Ignacio Sabater y Fernández (liberal), don Juan Pasquau López (conservador), don Rafael Gallego Díaz (liberal) y muy especialmente la de don Luis de Figueroa y Alonso Martínez, conde de la Dehesa de Velayos (liberal), quien regentará la hegemonía política en la ciudad entre 1918 y 1923. Dicha hegemonía, en todo caso, no estuvo exenta de conflictos y enfrentamientos políticos, tal y como sucedió en el año 1919, que ponían en evidencia las claras dificultades por las que atravesaba la reproducción del régimen político a la altura de estos años.

No en vano, y producto del propio desgaste sufrido por la política y los políticos restauracionistas, a la altura de 1923 el general Primo de Rivera protagoniza un golpe militar que no persigue sino salvar la difícil y conflictiva situación política del momento. El 3 de octubre de 1923 queda declarado el estado de guerra en la ciudad y suspendidas las instituciones municipales, iniciándose a partir de este momento una corta etapa, hasta 1930, protagonizada por la retórica regeneracionalista y por la puesta en práctica de numerosos proyectos de reformas y mejoras en la ciudad. Gestiones que se complementaron en estos años en Úbeda con el desarrollo, a partir de 1927, de un claro enfrentamiento entre los sectores proclives a don José Yanguas Messía y aquellos otros, mayoritarios en Úbeda, proclives a la figura del general don Leopoldo Saro Marín, partícipe en la organización del golpe militar del 13 de septiembre de 1923 y gran propietario en la comarca de Úbeda y Baeza. En 1927 se puso en marcha en Úbeda la idea de un "homenaje extraordinario [...] depositando en la gestión de este personaje el desarrollo de la comarca: Úbeda volverá a ser grande como en los tiempos de sus más claros varones, de los Dávalos y Cuevas, de los Cobos y Vázquez de Molina".

No obstante, la solución primorriverista no fue tal solución. Los "males de la patria" apenas sí se habían limado. Incluso personajes como el propio general Saro, artifices originarios de la fórmula dictatorial, apostaron poco a poco por una solución distinta, constituyendo para ello un grupo político, "esencialmente monárquico constitucional, que pretendía tomar el relevo del, en la práctica desaparecido, Partido Conservador".

A la altura de 1931 el régimen monárquico estaba ya agotado. Lo acontecido en la ciudad en las elecciones municipales de abril de ese año lo evidenciaba a todas luces: por vez primera la oposición antimonárquica (republicanos y socialistas) ganaban unas elecciones en Úbeda; por vez primera accedia a la alcaldía de la ciudad un republicano lerrouxista (don Ildefonso Moreno Biedma), siendo pronto sustituido en el cargo por el socialista don Baltasar López Ruiz.

La Segunda República se había implantado en España y, como no es menos, en Úbeda. Con ella llegaba un cierto relevo político, amén de un marco de participación ciudadana de corte decididamente democrático. Republicanos y socialistas llegaban al poder local. Por contra, las elecciones legislativas de 1931 eran ganadas, en su segunda vuelta, por la candidatura conservadora aglutinada en torno a los "Agrarios". Triunfo electoral de la derecha política en Úbeda que nuevamente se repitió en las legislativas de 1933 bajo la CEDA, aun cuando no así len las de febrero de 1936, donde obtuvo la victoria el bloque de izquierdas aglutinado en torno al Frente Popular.

La participación política y la alternancia electoral convivieron en la ciudad con una coyuntura de depresión económica y de crispación sociolaboral provocada tanto por aquella cuanto por el desencanto popular en la aplicación decidida de la legislación reformista republicana. Si en 1931 llegaba a la alcaldía de la ciudad un socialista, en 1934, y al calor de la victoria electoral de la CEDA, será relevado por el cedista don José Muñoz Redondo, debiendo de esperarse nuevamente al cambio político general de febrero de 1936 para que se produjera otro cambio en aquella, ahora en la figura del socialista don Blas Duarte Ortiz.

No obstante, a la altura de 1936 la situación política general, y local, estaba ya muy degenerada. Lo que aconteció a partir de julio de 1936 - el inicio de la Guerra Civil - no hizo sino demostrarlo fehacientemente. Con la guerra se cortaba de raíz la experiencia democrática republicana desarrollada en la conflictiva década de los años treinta, a la par que se iniciaba una trágica fase de violencia política y represión de clase. En lo que se refiere a la retaguardia republicana, se han contabilizado un total de 107 víctimas, en su gran mayoría propietarios y labradores; en lo que hace a la represión franquista tras 1939, el número de víctimas contabilizadas asciende a 78. Violencia, represión y venganza política que sumió a Úbeda en una larga fase de depresión.

Hasta el momento hemos hecho referencia en la Úbeda contemporánea a cuestiones de índole política e institucional. Llega, pues, la hora de apuntar, aun de forma breve, cuáles fueron las directrices básicas que marcó su desarrollo social y económico. En este sentido, habría que comenzar diciendo que la situación inicial de partida en poco difería de la descrita en la segunda mitad de la Edad Moderna: cíclicas coyunturas de crisis y miseria jalonaban el discurrir de una economía, adentrada ya en la Edad Contemporánea, que seguía manteniendo una clara fisionomía agrícola y tradicional. Es cierto que durante el periodo ilustrado de la segunda mitad del siglo XVIII se proporcionaron en Úbeda tímidos intentos de reforma y mejoras en el urbanismo, así con en las actividades industriales y en el comercio. No obstante, y en muy buena medida acrecentado por los efectos de la Guerra de la Independencia, dichos esfuerzos fueron baldíos en el contexto general de crisis de principios del siglo XIX. Úbeda seguía siendo una ciudad eminentemente dependiente de una agricultura tradicional, anclada en dependencias meteorológicas y sujeta a reiteradas coyunturas de carestías. Las epidemias de cólera que sufrió la ciudad en 1834 y, fundamentalmente, en 1855 prueban la precariedad de una población que se había reducido a la altura de 1835 a poco más de 16.000 habitantes. como correlato de lo anterior, y por citar tan sólo un ejemplo, a la altura de 1849 se hablaba ya de la existencia en Úbeda de miles de familias hambrientas, ante lo cual se respondió desde la institución municipal con iniciativas tendentes a la puesta en cultivo de tierras baldías mediante procedimientos de roturación.

Sin embargo, esta precariedad en las primeras décadas del siglo XIX tendió en cierta medida a paliarse en la segunda mitad de la centuria, al menos hasta las décadas finales de la misma. En efecto, la coyuntura de estabilidad institucional del reinado isabelino propició un contexto en el que la agricultura - principal actividad económica de la ciudad - conoció una primera etapa de expansión relativa a la que siguió igualmente un crecimiento demográfico. Dicha expansión coincidió, en los años centrales del siglo, con la puesta en práctica de medidas de reformas urbanísticas - las emprendidas por don Francisco de Paula Torrente - que incrementaron el ornato público de una ciudad a la que se le dotaba igualmente de un sistema de alcantarillado saneado.

El censo de 1875 arrojaba para Úbeda la cifra de 17.092 habitantes (4.506 vecinos). No obstante, llegará a la ciudad la década de 1880 y, con ella, una nueva coyuntura de crisis y penurias. Las malas condiciones climatológicas del periodo 1882-1885 restablecieron viejas situaciones de crisis generalizada de trabajo y miseria entre las clases populares de la ciudad. A todo ello se le sumaba en 1885 el nuevo azote de la epidemia de cólera. Úbeda volvía a ser una ciudad en la que los disturbios populares hicieron acto de aparición. Máxime si tenemos presente que en los años finales de la década y principios de los noventa todo este cúmulo de circunstancias van a coincidir con una grave - y estructural - crisis agroganadera que llevó a la ruina a buena parte de los pequeños y medianos agricultores de la localidad, de igual modo que lo estaba haciendo el resto del Estado.

Agitada se presentó, pues, la entrada del siglo XX. Las huelgas y los conflictos laborales se sucedían en una ciudad en la que, desde años atrás, se estaba asentando una cultura de actuación sindical. Los campesinos habían constituido un sindicato ugetista ya a la altura de 1901, de igual modo que lo habían hecho los carpinteros de la localidad. Ugetismo que se complementaba con la presencia en la ciudad, desde 1903, de pequeñas - y difusas - organizaciones anarquistas que sirvieron de base a la posterior constitución de la CNT en la Úbeda de 1914. Estas organizaciones de signo anarquista y socialista fueron precisamente las que protagonizaron la escala conflictiva que vivió la esfera laboral de la localidad, especialmente a partir de los años del Trienio Bolchevique y durante la Segunda República, y que en muy buena medida respondió también a un clima de confrontación y oposición cerrada orquestado por los patronos, especialmente visible en el mundo agrario, bien a título individual o bien a través de sus organizaciones y representantes. El conflicto campesino de agosto de 1932 o la huelga general agraria de junio de 1934 ejemplifican por sí mismas el grado de enfrentamiento y oposición que caracterizo el escenario sociolaboral en los campos ubetenses en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil.

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